
Existen mundos en potencia, modos de vida por ser habitados. Parafraseando el urgente ensayo de Yásnaya Aguilar, no elegimos las armas con las que entramos a luchar al mundo ni las herramientas para construirlo. El mundo que conocemos fue erigido sobre un dispositivo axiomático de violencia y extracción de trabajo, recursos, deseo, cuerpo y territorio; está manchado de sangre y de lodo. Un edificio que se encuentra constantemente a punto del desplome. Nos encontramos frente a un doble proceso de transición, por un lado, del capital industrial fosilizado al llamado capitalismo verde y de plataformas, por otro, en la serie final de un ciclo político en el que está en juego una hegemonía multipolar que torna imposible un modelo de vida único y cuya última fase es la guerra entre estados por la disputa de mercados y territorios.
Estos momentos de transición son líneas de fuga, espacios para potencializar subjetividades revolucionarias y al mismo tiempo para estar alerta, pues como advierte Silvia Federici cuando menciona que la acumulación originaria no es un fenómeno histórico sino uno que se repite cada vez que el capital busca salidas, una acumulación continua, que durante la transición del feudalismo al capitalismo, operó una contrarevolución violenta frente a otras subjetividades rebeldes y que lo mismo que hizo con las mujeres en la caza de brujas en siglos anteriores, lo repite en el presente en el sur global, incluso, se puede decir que el presente auge de las derechas y el conservadurismo es una práctica contrarrevolucionaria ante las luchas ganadas por movimientos antirracistas, feministas y lgbt+ en las últimas décadas. Al mismo tiempo, desde principios de los años noventa se gestan nuevas formas de resistencia. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) surge de las montañas y sus exigencias giran en torno a la reivindicación de sus modos de vida que desde la primera etapa de la colonización han sido destruidos y fueron explotados en el marco del extractivismo neoliberal. Es la respuesta al saqueo e imposición de una lengua y una nación que no corresponden a sus formas de habitar. Para el Consejo Nocturno, habitar de una forma no convencional, habitar plenamente, “constituye un gesto revolucionario anti-biopolítico” y el levantamiento de 1994 es una representación clara de esa potencia y de esa relación de los pueblos originarios con la tierra, constitutivo de sus formas de vida. Habitar es devenir ingobernable. De igual manera la revolución kurda nos da una pista de que existen otras formas de organización de las relaciones sociales y económicas que operan fuera del estado, cuyas dinámicas no patriarcales, anticapitalistas y ecologistas, constituyen una alternativa real al sistema de dominación actual. Tanto la experiencia kurda como la zapatista comparten algunas similitudes que nos orientan sobre algunos puntos clave para comenzar a pensar, habitar y organizar fuera de la lógica dominante. Si bien ambas luchas operan prácticas revolucionarias ante el mismo tipo de dominación lo hacen en contextos distintos, el EZLN en el del extractivismo neoliberal y el intento de destrucción de su cultura y el pueblo de Rojava desde un escenario en constante actividad bélica y fundamentalismo religioso. Ambos pueblos en guerra contra la figura del estado nación y contra el capital internacional que lo impulsa, por su necesidad de mantener territorio y de tener a la orden la máquina de guerra si es necesaria la expansión de mercados. Por fuera del estado y con prácticas no patriarcales ni coloniales.
Pero, ¿cómo pueden estas experiencias servir como ejemplo para otras luchas? A grandes rasgos la lucha tiene un enemigo en común, el capitalismo en las tantas formas que adopta y la multiplicidad de guerras que este lleva a cabo con el único fin de valorizarse infinitamente. La urgencia de comenzar a luchar en cada lugar es fundamental. El zapatismo invita a la resistencia desde cada uno de los territorios en los que las formas de dominación capitalista y estatal ejercen su poder, a organizarse fuera de sus lógicas. Nuestro contexto, no es, o por lo menos, no de forma inmediata, similar al entorno en el cual se llevan a cabo estas luchas, podemos comenzar a organizarnos de múltiples maneras. Si bien no pertenecemos a la clase dominante, tampoco estamos sometidos de forma directa al poder del capital, pues este ejerce su violencia en diferentes niveles en función de sexo, etnia, clase, nacionalidad, género y religión. Al estar situados en territorios conquistados, el capital ejerce violencia de otro tipo, la deuda es su dispositivo preferido, la industria carcelaria su forma de control y castigo.
La resistencia opuesta por las luchas mencionadas puede operar en los márgenes del estado, ya por sus particularidades geográficas y condiciones históricas de apego a la tierra, por una subjetividad compartida e incluso por una autonomía alimentaria. Dentro de nuestro contexto inmediato no contamos con algunos de esos elementos capaces de potenciar prácticas revolucionarias. Nuestra relación con la tierra es una relación de propiedad, las ciudades que habitamos están organizadas bajo una logística de distribución que beneficia la circulación de mercancías, su diseño responde en mayor medida al mercado que a un habitar digno. Nuestra alimentación se encuentra de igual manera en dependencia con el llamado “régimen alimentario corporativo”, consumimos productos depositados en un supermercado sin conocer el origen, los procesos ni las condiciones en las cuales llegaron a nuestras mesas.
Ulrich Brand y Markus Wissen proponen el concepto de “modo de vida imperial” el cual “hace referencia a las normas de producción, distribución y de consumo que están profundamente arraigadas en las estructuras y prácticas políticas, económicas y culturales en la cotidianidad de la población del Norte global y cada vez más también de los países emergentes del Sur global”, dicha cotidianidad corresponde en su mayoría a la población de países occidentales con altos niveles de consumo y de salario, a expensas de la explotación y despojo en otras partes del planeta.
En el día a día se tiene la impresión de que el mundo cada vez está peor y simultáneamente que las cosas no van tan mal, una dinámica en la subjetividad de las sociedades que habitan regiones periféricas intermedias del mundo y cuyo modo de vida aspira a consumir y habitar de forma similar a los países “desarrollados”. Siguiendo a Maurizio Lazzarato podríamos pensar en subjetividades derrotadas, ya sea por acontecimientos históricos traumáticos (intervenciones militares externas, dictaduras, crisis económicas y recientemente, pandemias) o por la falta de politización de las relaciones sociales causada por la constante exposición a la ideología individualista propia del neoliberalismo contemporáneo. Cuando se piensa en que el mundo cada vez está peor se piensa en el genocidio del pueblo palestino, en incendios forestales, en virus y en menor medida en la explosión de movimientos sociales y en el asesinato de activistas. Cuando se piensa que las cosas no van tan mal es a partir de la memoria de un pasado más violento y de comparar condiciones del entorno con las de otras partes del mundo. El “todo podría estar peor” es más potente que producir condiciones en las que “todo podría ser mejor”. Todo gira en torno a la comodidad que brinda el consumo, sin embargo, este es insostenible sin destruir al otro. Deleuze y Guattari advierten que el capitalismo tiene consigo una contradicción insuperable, no se puede sostener un modo de vida, un consumo y un progreso (si se quiere por una socialdemocracia), sin al mismo tiempo someter y explotar otros territorios “Incluso una socialdemocracia adaptada al Tercer Mundo no se propone realmente integrar toda una población miserable a un mercado interior, sino más bien llevar a cabo la ruptura de clase que seleccionará los elementos integrables”. La relación asimétrica es insuperable. La pretensión por energías limpias no responde a la problemática del exceso de energías utilizadas, se pretende un capitalismo verde, pero no social, pues, al considerar lo social universal, la valorización y acumulación se torna imposible. Jun Fujita Hirose menciona que “el devenir-revolucionario desmorona el capitalismo en su totalidad solo cuando llega a involucrar en sí a todo el mundo, dado que el capitalismo no es un sistema local, sino global o mundial.” Lo que es un hecho es que mientras las sociedades del norte global mantengan los mismos niveles de consumo el mundo seguirá bajo un proceso de extracción y degradación, y otros territorios seguirán bajo el dominio violento del dúo estado-capital cuya forma en estos territorios se diluye y mientras la periferia global aspire a ese modo de vida se convierte en cómplice y parte de la explotación y el despojo.
Dentro de esta dinámica de modos de vida, el llamado norte global goza de niveles de consumo “imperial” mientras que el “sur global” es sacrificado por ello, sin embargo, existe un punto intermedio entre ambos. Existen nortes dentro de los sures y sures dentro de los nortes. La existencia de un imperio implica la dominación de otros territorios, pero tal dominación también se ejecuta en función de los criterios con los que el capitalismo ejerce su violencia y poder (clase, sexo, etnia, género…). Ese punto intermedio consiste en aquellas sociedades que no gozan de un modo de vida similar al del norte global y que al mismo tiempo tampoco viven la violencia directa por parte del estado capital, regularmente asentadas en ciudades de países periféricos que aspiran a niveles de consumo occidentales pero que tienen más en común con el sur que con el norte global. Algunos de estos territorios se caracterizan por ser centros logísticos estratégicos en el comercio internacional de bienes legales e ilegales, al mismo tiempo su población suele estar precarizada y se encuentra más expuesta a los efectos de las crisis financieras y sanitarias que la población del norte global. La deuda es parte de la cotidianidad para gozar por adelantado el acceso a mercancías que hipotecan el trabajo para el futuro.
Pertenecemos a territorios conquistados, territorios que ya no disputan la tierra porque ya toda ha sido apropiada, territorios carentes de recursos estratégicos pero con ventajas geográficas, mismas que les convierten en nodos vitales para la circulación de mercancías. Tijuana es uno de esos escenarios, conocida desde los noventa como la capital mundial del televisor por contar con una industria intensiva en manufactura de este producto (a pesar de que se produzca para el norte y que la gran mayoría de lxs trabajadores que las producen no puedan pagarlas), ha atraído a gran cantidad de trabajadores de otras partes de México, en busca de mejores condiciones de vida o tal vez con la intención de tener un trabajo temporal mientras logran el objetivo de cruzar a Estados Unidos, sin embargo, la mano de obra barata nunca ha sido caracterizada por brindar movilidad social a través de su empleo, es una variable más en el cálculo de utilidad de las empresas transnacionales desde la desregulación de los mercados internacionales recetada por el banco mundial y el fondo monetario. La violencia también forma parte de la cotidianidad. Asesinatos, balaceras, secuestros por parte de un crimen organizado que forma parte del estado en las más altas esferas de poder y del capital como se ha comprobado recientemente, son parte del día a día. Todo esto mientras pequeños negocios sufren de cobro de piso (una especie de cuota de protección obligatoria impuesta por el crimen organizado) y la vivienda aumenta de precio de forma constante y se encuentra dolarizada a partir de un mercado inmobiliario arrastrado por una de las regiones más poderosas del vecino del norte.
¿Cómo resistir a una subjetividad cuya fantasía es ser parte del imperio mientras es explotada por el mismo? El norte extrae recursos a punta de violencia del sur global para luego manufacturarlos a bajo costo en las periferias aledañas, gracias a acuerdos comerciales internacionales asimétricos que sólo benefician la propiedad, la valorización de capitales internacionales y el modo de vida de sus habitantes (la competencia económica con sus bajos precios no implica que la productividad sea mayor, son conseguidos principalmente por el sacrificio del trabajo). El estado es inoperante en un mundo capitalista y la impotencia de la izquierda es evidente, lo es desde hace décadas, la socialdemocracia occidental fue un bálsamo para su población y una herida para el resto del mundo. Pero, si no pertenecemos al norte ni al sur, ¿cómo comenzar a luchar? La respuesta es necesariamente micropolítica y su potencia no se encuentra en occidente.
¿Cómo salir del laberinto si se nos impone un modo de vida único?, ¿en qué consiste vivir bien? Lo material activa una parte del deseo sin potencia, sumerge a la producción deseante en el consumo de bienes. Los zapatistas (y otros pueblos en resistencia) rompen con el molde capitalista. Los kurdos crean otro tipo de organización de sus sociedades. Los pueblos originarios reivindican sus modos de vida. Las mujeres en las calles sacuden al mundo. Ya no hay tiempo de revoluciones universales. ¿Es posible un afuera del capitalismo? Bajo este sistema, el estado-capital tiene los medios de producción, el monopolio de la violencia, la seguridad alimentaria, el territorio y los medios discursivos. Es necesario pensar por fuera, devenir fuera-de-clase. El estado es inoperante. La potencia de prácticas revolucionarias no vendrá de reformas sociales y el mundo no debe esperar otra destrucción para ponerse en combate. El occidente ya disfrutó de estados benefactores gracias a la explotación del mundo. La social democracia es inviable bajo el capitalismo, pero, ¿si esta es un objetivo de los pueblos históricamente sometidos?, ¿cómo construir mundo sin sus instituciones patriarcales, sin sus prácticas colonizadoras, sin consumo de mercancías como modo de existencia? Actualmente el Norte global vende la idea de progreso, de un capitalismo verde. El límite de la energía fósil los obligó a dar un giro, el problema les llegó a las puertas de su casa en forma de migración, contaminación y fascismo (siempre latente ante la amenaza de una pérdida de hegemonía). Se busca vivir bien y se asocia vivir bien con una especie de poder adquisitivo, ¿Cómo salir de un mundo totalmente mercantilizado?
Lazzarato propone retomar el concepto de guerra en las construcciones teóricas, sin embargo, pensar el mundo en clave de guerra da una sensación de impotencia. Una guerra requiere que el otro se defienda, pero la resistencia se torna imposible en términos de simetría. No poseemos armas, ni de fuego ni mediáticas para el combate. Lo que necesitamos es comenzar a luchar una especie de guerra de guerrillas desde distintas trincheras. En nodos de todo tipo, en una especie de internacionalismo de guerrillas. Tener en mente que las luchas de los activistas por la conservación de recursos son luchas que nos conciernen a todxs, que las luchas sindicales son nuestras, que los movimientos feministas tienen una potencia capaz de cambiar la subjetividad desde su núcleo, que los movimientos antirracistas nos competen a todos, que cada lucha micropolítica es una batalla que debilita los sistemas de dominación.
Pero ¿de qué manera comenzar a crear redes micropolíticas? Comenzar por la inmediatez a través de la unión y búsqueda de proyectos autogestivos, militantes, autónomos. Arturo Escobar menciona que “una ontología relacional es aquella dentro de la cual nada preexiste a las relaciones que la constituyen”, eso es claro para algunas culturas, y la antepone al dualismo ontológico occidental que siempre ha partido la experiencia del mundo en dos. Suely Rolnik ante el “inconsciente colonial capitalístico”, la subjetividad dominante, propone una especie de telaraña, una red en la que cada movimiento tiene efectos sobre cada uno de los elementos del mundo. Las redes micropolíticas deben ser soportes para las luchas. Más allá de la inmediatez, también es importante generar lazos en otros lugares, pensar maneras de apoyar al activismo en sus luchas por los territorios coordinando huelgas y boicots a empresas, Yates Mckee invita a poner “ojos y oídos” al activismo a través de prácticas estéticas (imágenes que por su impacto tienen una potencia política que moviliza). Las redes incluyen luchas a través de la difusión de textos críticos de urgencia, alternativas a la institución educativa, formas de educación comunitaria y autónoma, creación y apropiación de espacios para la construcción del común. Abrir el mundo.
El modo de vida se construye desde abajo, las relaciones asimétricas son la base de la acumulación capitalista. Asimetría centro-periferia, burguesía-proletariado, hombre-mujer, adultez-infancia. El dualismo occidental en todos los aspectos de la vida. Dice Jun Fujita Hirose mientras comenta el anti Edipo que otros modos de habitar han fracasado porque no se han despatriarcalizado (la revolución proletaria no fue diferente al capitalismo), otros han intentado el cambio y han sido apagados como menciona Federici de los movimientos que sacudieron al mundo en la transición del sistema feudal al capitalista. Desde el principio, el capitalismo ha intentado imponer un modo único de existencia en términos ontológicos, económicos, sociales sin ver más allá de donde las mercancías son consumidas. La llamada globalización no busca homogeneidad, busca que el mundo se adapte a la forma de entender la vida de Occidente. Necesitamos construirnos modos de vida distintos. Los zapatistas se nos adelantaron e invitan a que se milite desde donde se vive, desde los espacios laborales, desde las prácticas de consumo, desde las relaciones personales, desde las comunidades y la militancia, utilizando beneficios del estado sin esperar mayores cambios del mismo. Debilitar los engranajes desde el interior, pues el modo de vida occidental se impone a través de los medios masivos, se consigue en los supermercados y se experimenta en la forma de hacer turismo. El transporte, la alimentación, la vivienda depende de ello, pero podemos comenzar con esas necesidades básicas, impulsar la ocupación de edificios sin uso, de espacios baldíos, compartir proyectos cuyas prácticas sean distintas, promover consumo de segunda mano. Gradualmente dejar de ser un mercado al que apunta la mercadotecnia. Descodificarnos. Luchar por los recursos locales, por la emergencia hídrica. El vivir bien como sinónimo de un modo de vida y no un modo de consumo. Impulsar comunidades organizadas de alimentación, cultivos urbanos. Organizar proyectos productivos cooperativos y después orientar a otrxs que quieran implementarlos. Ni el estado ni el mercado resolverán las crisis futuras. Hace falta organizar al elemento más potente de lo social. Menciona Jun Fujita Hirose que “la descolonización se opera en la economía política, mientras que la despatriarcalización se hace en la economía libidinal” pero la economía política es colonial y debemos buscar alternativas autosustentables y autogestivas de alimentación, vivienda y transporte, el primer paso es la descolonización del inconsciente. No podemos estar sujetos a un modo de vida insostenible y que sólo es funcional para una parte del mundo.
Referencias bibliográficas.
Aguilar, Yásnaya. Lo lingüístico es político. Ona Ediciones, 2021
Aslan, Azize. Economía anticapitalista en Rojava. Las contradicciones de la revolución en la lucha kurda. Bajo Tierra Ediciones, 2022
Brand, Ulrich, y Wissen, Markus. Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo. Tinta Limón, 2021
Consejo Nocturno. Un habitar más fuerte que la metrópoli. Pepitas de calabaza, 2018
EZLN, Comité Clandestino Revolucionario Indígena. Sexta Declaración de la Selva Lacandona, 2005
Federici , Silvia. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Tinta Limón, 2011
Fujita Hirose, Jun. ¿Cómo imponer un límite absoluto al capitalismo? Filosofía política de Deleuze y Guattari. Tinta Limón, 2021
Lazzarato , Mauricio y Alliez , Éric. Guerras y capital. Una contrahistoria. Tinta Limón, 2021
Mckee, Yates, trad. Iza, Fabiola. “Ojos y oídos” Estética y la exigencia de una política no gubernamental. Taller de Ediciones Económicas, 2020
Rolnik, Suely. Esferas de la insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente. Tinta Limón, 2021