La civilización consiste en dar a una cosa un nombre que no le corresponde, y después soñar sobre el resultado. Y realmente el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. El objeto se hace realmente otro, porque lo hicimos otro. Manufacturamos realidades. (Bernardo Soares)
Franz Kafka nace en la ciudad de Praga en Julio de 1883 cuando aún formaba parte del Imperio austrohúngaro, su infancia se desarrolló en el seno de una familia burguesa, lo cual le permitió tener acceso desde temprana edad a una buena educación y a la cultura de su tiempo. Sus relaciones familiares, particularmente con su padre, estuvieron marcadas por una dureza y un autoritarismo que influirían tanto en su personalidad como en su obra literaria.
La obra de Kafka ha sido ampliamente comentada por diversas disciplinas del conocimiento. Desde la biopolítica hasta el psicoanálisis. En una época en la que la literatura o la poesía era la influencia de diversas disciplinas teóricas, la expresión literaria como contenido y la teorización como forma. Entonces, la interpretación de la obra literaria abría el camino a la teoría y no la teoría definía la línea discursiva a la cual la obra literaria tenía que adaptarse. Un ejemplo de esto, es la influencia que tenía el Estado en las artes durante el periodo de la URSS en donde todo contenido debía alinearse a la lucha revolucionaria, al Realismo Socialista imperante.
«El Realismo Socialista, por ser el método de base a la literatura y de la crítica soviética, exige del artista una representación soviética, históricamente concreta de la realidad en su desarrollo revolucionario. Además, el carácter verdadero e históricamente concreto de dicha representación artística de la realidad debe combinarse con el deber de transformación ideológica y de educación de las masas dentro del espíritu del socialismo (Aragon Louis, 1973).»
Kafka se anticipó a la URSS y criticó a su aparato estatal represivo mucho antes de que este se desarrollara por completo.
Para comenzar debemos tratar de entender lo kafkiano como un adjetivo pero también como un sentimiento, una sensación asociada a la incapacidad del individuo de enfrentarse al aparato represivo que lo consume, a la imposibilidad de no estar sujeto a lo externo, al Gran Otro lacaniano, a la imposibilidad de desenvolverse fuera de la influencia del das Man heideggeriano.
Lo kafkiano alude al ser arrojado, a un ser-para-la-muerte incapaz de hacerse cargo de su existencia, que, a pesar de conducirse de manera “normal”, la incongruencia de la realidad termine por romperlo. Tal como en en El Proceso donde Joseph K nunca logra entender cuál ha sido la razón de su persecución, donde intenta razonar su falta y comienza a dudar de su misma verdad. En el capítulo VII de El Proceso (El Abogado. El empresario. El Pintor) después de realizar una descripción de la incongruencia y discontinuidad de los burócratas que componían el aparato de justicia que lo procesaba, Joseph K. menciona:
“Era necesario resignarse y comprender que aquél enorme aparato de justicia resultaba probablemente eterno en sus contradicciones y que si uno tenía la pretensión de cambiar algo por su propia iniciativa, sería como si el suelo huyese bajo sus pies, abocándose a precipitarse en el vacío, en tanto que la enorme organización podía, sujetándose a su método, encontrar una pieza de recambio y equilibrarse como antes, a menos que –y era lo más seguro– se robusteciera y resultase más vigilante, más enérgica y más perjudicial”. (Kafka, 1983)«
El sujeto kafkiano es la imposibilidad del individuo, la ruptura de su espíritu ante una máquina que estuvo ahí antes y que seguirá estando aún sin él.
Entre las diversas interpretaciones de la obra kafkiana, la de Deleuze y Guattari refleja una visión que por la manera en la que la denominan puede aparentar una postura eurocéntrica y un tanto colonizante, entendiendo esto como una visión de un centro hacia una periferia no experimentada, desde el individuo del polo occidental hacia una Otredad extraña. Dejando de lado lo polémico que puede resultar el adjetivo de ”menor” o “mayor” de un idioma o una literatura, entenderemos a qué se refieren con estos términos. En su libro Kafka, por una literatura menor, designan como “una literatura menor” a la categoría de escritura dentro de la cual recae la obra de Kafka. Esta categoría se refiere principalmente a que “Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”, dicha literatura contiene tres características que la describen: La primera característica es que “en ese caso, el idioma se ve afectado por un fuerte coeficiente de desterritorialización”, en tanto que el sujeto de la minoría experimenta una enajenación dentro de su mismo territorio (en la Praga de Kafka coexisten eslavos, germánicos y judios) y una imposibilidad de no escribir, una imposibilidad de no escribir en otro idioma que no sea el alemán, “el alemán de Praga, es una lengua desterritorializada, adecuada para extraños usos menores”. La segunda característica es que “en las literaturas menores todo es político”. Mientras que las “grandes” literaturas exaltan una problemática individual en la que el entorno sólo tiene la función de un fondo gris, la menor no puede escapar de la dimensión política pues la experiencia del sujeto ha sido determinada en gran parte por su posición de minoría (aunque en este sentido, contrastando con la opinión de Deleuze y Guattari, al pertenecer Kafka a una familia aburguesada con acceso a bienes culturales, resulta difícil encasillar al autor dentro de las llamadas literaturas menores, sus condiciones materiales borran el efecto de una supuesta condición de inferioridad, dada su condición de hombre blanco burgués.). La última y tercera característica es que “todo adquiere un valor colectivo”, pues, dado que existen pocos ejemplos de cada una de las consideradas literaturas menores, cada uno de los creadores son adoptados como representantes de una colectividad, similar al fenómeno deportivo en el que un logro deportivo individual es acaparado como un logro colectivo por el imaginario social que se identifica con el deportista.
En ese sentido, las tres características pueden resumirse en “la desterritorialización de la lengua, la articulación de lo individual en lo inmediato político y el dispositivo colectivo de enunciación” (Deleuze, Guattari, 1978). La literatura menor tiene un carácter revolucionario por su desarrollo y quiebre dentro de las grandes literaturas.
Desde la biopolítica, el Estado encarnado en el aparato jurídico se entiende como un dispositivo de control de la vida, un dispositivo incongruente en el que la automatización de la ley a través de una estructura burocrática rígida determina a cada individuo. La relación del Estado con el Sujeto kafkiano es una relación asimétrica, administrada por una Forma de Ley simbolizada en un bando, en la cual el individuo está sujeto a una ley que no prescribe nada y que aun así determina su vida. Al final de “El proceso”, Joseph K, termina por aceptar el veredicto que lo condena y su vida es arrebatada en un acto bizarro:
“Uno de los señores cogió por la garganta a K. y el otro hundió el cuchillo en el corazón, clavandoselo dos veces más. Con los ojos ya velados pudo ver todavía a los dos señores que se inclinaban sobre él, con las caras muy juntas, observando el fin. –!Como un perro! – se dijo, cual si la vergüenza debiera sobrevivirle.” (El Proceso, Kafka).
El estado decide quitar la vida de un sujeto a través de un procedimiento jurídico incoherente, el estado como ente soberano (entendido en términos agambenianos), dispone de la vida (“la politización de la nuda vida como tal, constituye el acontecimiento decisivo de la modernidad, que marca una transformación radical de las categorías político-filosóficas del pensamiento clásico”. (Agamben, 1998). El sujeto kafkiano a merced el estado totalitario, de una sociedad disciplinaria, y como más adelante lo diría Deleuze, de una sociedad de control, a propósito de los tres posibles tipos de absolución en el proceso de Joseph K.: 1. La absolución definitiva o real (un tanto imposible), 2. La absolución aparente (dejar el proceso en pausa por razones prácticas y retomarlo en un futuro) y 3. La del aplazamiento ilimitado (la opción de siempre postergar el juicio) característica de las sociedades de control.
«En las sociedades disciplinarias siempre había que volver a empezar (terminada la escuela, empieza el cuartel, después de éste viene la fábrica), mientras que en las sociedades de control nunca se termina nada: la empresa, la formación o el servicio son los estados metaestables y coexistentes de una misma modulación, una especie de deformador universal. Kafka, que se hallaba a caballo entre estos dos tipos de sociedad, describió en El proceso sus formas jurídicas más temibles: la absolución aparente (entre dos encierros), típica de las sociedades disciplinarias, y el aplazamiento ilimitado (en continua variación) de las sociedades de control son dos formas de vida jurídicamente muy distintas, y si el derecho actual es un derecho en crisis, vacilante, ello sucede porque estamos abandonando unas formas y transitando hacia otras. (Deleuze, 2006).»
Zizek, por otro lado, dentro de su análisis a la ideología, ofrece una interpretación psicoanalítica al sujeto kafkiano, que parte de una interpretación de la creencia no como un estado puramente mental o interior sino que se encuentra materializada en nuestra actividad social efectiva, es decir, que la creencia sólo existe en cuando es llevada a la práctica y que a pesar de que el universo kafkiano resulte un tanto exagerado, dicha exageración se articula a partir de la fantasía que regula el funcionamiento del aparato burocrático. “El universo kafkiano no es una imagen-fantasía de la realidad social, sino, al contrario, la puesta en escena de la fantasía la que actúa en plena realidad social (Zizek, 1989)”
En la obra kafkiana a pesar de que el individuo sabe que la burocracia no es un ente omnipotente, actúa como si lo fuera, su conducta está regulada por la creencia activa (materializada) del Estado todopoderoso. Continuamente el individuo encuentra razones que confirman sus creencias dado que ya cree, no es porque crea porque haya encontrado suficientes razones para creer. Dicha creencia articula una cierta disposición a la obediencia a la ley, Zizek menciona a propósito del carácter traumático de la ley que:
“La obediencia «externa» a la ley no es, así pues, sumisión a la presión externa, a la llamada «fuerza bruta» no ideológica, sino obediencia al Mandato en la medida en que es «incomprensible», no comprendido; en la medida en que conserva un carácter «traumático», «irracional»: lejos de ocultar su plena autoridad, este carácter traumático y no integrado de la Ley es una condición positiva de ella” (Zizek, 1992).
Encontramos un ejemplo claro en El Proceso:
«Lamento no coincidir contigo –dijo K. negando con la cabeza–, ya que, de admitir tal tesis, debo creer firmemente en todo lo que dice el guardián. Y estimo que ello es imposible, pues eres tú mismo el que ha expuesto sólidas razones para creerlo así”. “No –manifestó el sacerdote–. No se está obligado naturalmente a creer todo lo dicho. Solamente es imprescindible que lo tengas en cuenta.” “Lamentable opinión –replicó K–. Colocaría la mentira a la altura de una norma universal”. (Kafka, 1983).
En El Proceso la ley se acepta como necesaria y no como verdad, como necesaria para regular nuestro desenvolvimiento social pero nunca conforme a nuestra interpretación. Kafka es un sujeto que ve a través de la ideología, no es interpelado por un aparato ideológico como el descrito por Althusser, nunca internaliza al aparato ideológico, sino que busca sin encontrar, un rasgo de identificación con el gran Otro (Nación, Partido, Dios) y lo que internaliza es la dimensión simbólica a través del deseo, la falta en el Otro, su subjetivación es un proceso necesariamente incompleto, el vínculo entre el sujeto y el gran Otro es simbólico.
Kafka supo describir de forma apropiada la relación entre el individuo y la sociedad que le daba forma a su existencia, por eso intentó escapar de sus lógicas, su visión sigue siendo indiscutiblemente actual. Pertenece a aquellos que se adelantaron a su época, fue capaz de detectar hacia donde apuntaba lo colectivo y de adelantarse a la crítica de la incongruencia del aparato estatal y su burocracia, encontró el vacío entre el sujeto y la otredad y la imposibilidad de una organización racional de la vida fuera del automatismo que convirtió al individuo en una pieza de un rompecabezas que se arma y desarma de forma continua.
Bibliografía.
Agamben, Giorgio (1998), Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. I. Editorial Pre-Textos.
Aragon / Bretón, (1973), Surrealismo vs Realismo Socialista. Tusquets Editor.
Deleuze (2006), Post-scriptum sobre las sociedades de control.
Deleuze y Guattari (1978), Kafka. Por una literatura menor. Ediciones Era.
Kafka, Franz (1983), El Proceso. Editorial Seix Barral.
Zizek, Slavoj (1992), El Sublime Objeto de la Ideología. Siglo XXI Editores.